La
Lagunilla cuenta con estos tres mercados y un gran número de comerciantes
ambulantes que vende ropa, productos electrónicos, y películas entre otras
cosas. En la década de los ochenta los anticuarios de la zona decidieron
establecer un tianguis dominical dedicado a antigüedades, conforme pasó el
tiempo el mercado de antigüedades de La Lagunilla se pobló de jóvenes que
intentaban vender productos de su creación y comerciantes de ropa, aunque los
anticuarios y vendedores de productos usados siguen estando ahí.
El mercado de la Lagunilla: es todo un sitio lleno de arte-objetos
y muchas veces de piezas que se convierten en deseo para los coleccionistas y
las galerías de arte-antigüedades de zonas como La Condesa o Roma a precios
obviamente muy superiores al costo original de sus restauradores.
La famosa Lagunilla de la capital mexicana es, de
los tianguis de chácharas citadinos, el de mayor tradición, al cual acuden
principalmente los domingos hasta turistas en busca de antigüedades.
Desde siempre, se ha escuchado la frase: "lo
compré en La Lagunilla", y a todos les hace recordar algún pasaje de su
vida, como la anécdota de que el ingeniero Guillermo González Camarena, mítico
inventor mexicano del televisor a colores, recorría los puestos de chácharas de
Tepito y La Lagunilla en busca de piezas con las cuales construyó su primera
cámara de video, en 1934.
En la Lagunilla, prácticamente hay de todo. Cerca,
un radio Philco suena tan campante como cuando salió a la venta, a principios
del siglo XX; sus bocinas emiten con fuerza los acordes de un danzón de
Acerina, mientras el librero Carlos Ibarra indica que vende parte de su
biblioteca con el objetivo de crear el museo de la tarjeta postal.
El arquitecto Jorge Zavala, restaurador de monumentos históricos, asiduo
visitante de La Lagunilla, platica que acude en busca de libros, máscaras,
botellas, cerámica y artesanía del siglo XIX y principios del XX. Indica que
tiene una colección de máscaras mexicanas, "que he formado desde hace 25
años, cuando empecé a venir... Ya no es lo mismo, el tianguis está siendo
invadido por ropa y fayuca. Antes había más libros y muebles antiguos”.
la Lagunilla es un conjunto de mercados que atienden diferentes aspectos
del abasto de un gran segmento de la Ciudad de México. Originalmente sirvió
para atender dos nuevas colonias, la Guerrero y la Santa María de la Ribera,
para lo cual en 1912 se edificó un mercado anexo al original llamado de Santa
Catarina.
Dicho mercado estaba dedicado a la venta de comestibles fundamentalmente,
con secciones para aves de corral y pescado. A semejanza de lo sucedido en
todos los demás mercados citadinos, fueron estableciéndose en las calles
circundantes y vecinas al mercado, sin orden ni concierto, puestos de madera
con techos lámina o también madera, para la venta de legumbres, dulces, telas,
y efectos varios, dificultando el paso de vehículos hasta hacerlas prácticamente
intransitables.
Los domingos se hace un tianguis a lo largo de la
séptima cuadra de Allende, donde se expenden libros, frutas, dulces, nieve,
joyería barata, hojalata, latón, bronce, animalitos, vajillas de vidrio
soplado, flores de papel y de plástico, cinturones, carteras, monederos, y
otros artículos de cuero, juguetes de peluche, lámparas de cristal y vidrio,
guitarras y otras cosas; en la ancha calle de Rayón, entre las de Allende y
Comonfort, encuentras el más extraordinario tianguis de cosas usadas, que atrae
a miles de curiosos, a compradores eventuales y, sobre todo, a conocedores de
antigüedades y a turistas.
Se pueden encontrar las más variadas mercancías:
platones, platos y jarrones antiguos de cerámica y porcelana españoles,
franceses e ingleses; candelabros y otros objetos de plata y bronce; candiles,
boros y pisapapeles de cristal; muebles de varios estilos (Luis XV, Colonial,
Chippendale), tapetes, cuchillería, armas viejas, fonógrafos, radios, teléfonos
y plumas fuente ya en desuso; crisoles, pomos de cristal de botica y
herramientas de todas clases; planchas de hierro, espuelas, estribos y arzones;
monedas y billetes antiguos, entre un universo de posibilidades para comprar.
Parece que la Lagunilla no tendrá fin, aún con el
crecimiento de la ciudad, ya que es ya parte de la tradición de la ciudad, es
herencia de costumbres de mercar que traemos en la sangre, y que de una u otra
manera, nos solidarizan como mexicanos, sin importar nuestra condición social,
ya que a la lagunilla va todo mundo, ya sea por necesidad o por excentricidad.